Motor y motivo
Mi hijo ha sido siempre mi motivación; vivo y respiro para él; me levanto de mañana y regreso a casa despues de un dia duro de trabajo, para él. Él es el combustible que da fuerza a una maquinaria gigantesca, llena de engranes, pistones y muelles de acero, que se mueven haciendo ruidos ensordecedores y que yo llamo corazón. Los mejores años de mi vida, no han sido descansando en la playa, viendo el amanecer; ó viendo series de televisión con una cerveza en la mano, sino trabajando duro, sintiendo el sudor correr por mi espalda, pero sabiendo que mi hijo va a tener algo que anhelaba para navidad.
Amor fuerte...
Hoy, mi hijo, a sus diecinueve años, no tiene el más mínimo parecido con la criaturita que sostuve en la maternidad, pero el amor sigue fuerte y latente, y las promesas siguen vivas. Valió la pena el esfuerzo y el sudor derramado. Pero el camino no ha terminado ni la lucha ha cesado, por el contrario, ahora que entiendo el poder del amor de una madre, vuelvo a mirar a mi hijo a los ojos y me reto a mi misma a seguir esforzándome por él. ¿Qué amor tan grande,
como el amor de una madre? Es incalculable, es avasallador, es total, es incondicional; lo único que puedo pensar que de seguro lo supera, es el amor de Dios.
Desde el fondo de mi corazón, un abrazo y una felicitación, a todas esas mujeres valientes que ponen el título “madre” tan alto y extenso como los cielos mismos. No se rindan, sobrepasen los obstáculos, sigan avanzando hacia su meta, yo estoy segura de que pueden, porque ese amor que llevan dentro, las impulsa y no las va a dejar quedarse en medio del camino.